COLOMBIA: EL OPROBIO DE DECIRNOS LA VERDAD


Entender la realidad lejos de las pasiones sin mentir, ni crear cortinas de humo o dudas alrededor de la verdad no es fácil cuando el fanatismo devora las entrañas de los colombianos que no lograron superar el trauma sadomasoquista ni el odio inoculado por Álvaro Uribe Vélez, el Centro Democrático y Cambio Radical.

Nunca habíamos atravesado tiempos tan definitivos como los que hoy vivimos, aunque no ver la luz sobre el horizonte y saltar al vacío nos confiere la certeza del engaño demoledor del poder, que día tras día lanza al precipicio de la muerte a nuestra civilización y la promesa que la vida valía la pena.



Actualmente, los medios de información cristalizan los discursos apocalípticos con los que nos pretenden acomodar como espectadores impertérritos de las “tormentas inevitables”, para ellos somos los verdaderos culpables del pecado original por no seguir su ejemplo y conservar los supremos valores de una sociedad enferma, excluyente, decadente y xenófoba, que decidió desempolvar sus nacionalismo fascistas y las cruzadas religiosas que recorrieron a Europa en otros tiempos.



Del mismo modo, los ministros de esta fe y quienes proclaman a occidente como la verdadera utopía, nos llaman a la religiosa resignación frente a la oscura suerte que nos persigue y contra la hereje desobediencia de no repetir ni aceptar ciegamente el catecismo autorizado por las multinacionales y certificado por Discovery e History Chanel, cuyo único predicamento consiste en que solo ellos tienen derecho a la libertad.



Desde esta perspectiva, el concepto de libertad les ha servido para saquear los recursos naturales de los países que no pertenecen al poderoso club del G7 y prohibirles su desarrollo; quebrar los Estado que practiquen el principio de la soberanía y la autodeterminación; invadir, intervenir o desatar las guerras necesarias para defender sus intereses; imponer su noción de democracia, arte, actualidad y la concepción de Dios; ridiculizar al otro bajo el argumento del exotismo cultural y negarle la posibilidad tener cosmovisión propia; además, de castigar a quienes no se hinquen a sus pies ni se dejen esclavizar.




Colombia



La sombría herencia que se cierne sobre este país, donde el poder se hereda por apellidos como es costumbre en occidente, es la de perpetuar una plutocracia corrupta en el poder y, ahora, a la falange del puro cuento democrático, que se legitimó con su estrategia de miedo y muerte; además, de la compra de votos en los comicios electorales y el espionaje electrónico al que nos acostumbró el expresidente Álvaro Uribe Vélez.



Prueba de ello y la mejor evidencia de los hechos está en sus “los buenos muchachos como María del Pilar Hurtado, Andrés Felipe Arias, Luis Carlos Restrepo y, el asesor espiritual Luis Alfonso Hoyos, etc.”. Los antiguos y más cercanos colaboradores del expresidente sub judice siempre han tratado de evitar la justicia como hoy lo hace el mismo Uribe, con la ayuda del Estado con la complicidad de la Fiscalía General de la Nación, mientras hacen trizas la paz para no decirle la verdad al país, como lo hizo, con todo el AVAL el Dr. Cianuro. 

Al tiempo, que se reactivaron los paramilitares, que nunca se desmovilizaron en el país, como respuesta de la ultraderecha y las mafias políticas regionales frente a su inevitable derrota y el vertiginoso avance de las nuevas ciudadanías y los partidos alternativos; mientras Colombia es un país donde las masacres es la estrategia política de un Estado tomado por la narcopolítica para aterrorizar al país, asesinar a los líderes sociales y a la oposición.



A pesar de todo, los nuevos yihadistas neoconservadores y neoliberales recorren los pasillos del Estado, mientras, con la fe del carbonero, se empeñan en armar todo tipo de complots contra los países suramericanos en manos de opciones progresistas que se niegan a portar las banderas de “tradición, familia y propiedad”.


Por si fuera poco, los fanáticos de la ultraderecha latinoamericana son secundados por los medios comerciales de información, quienes los presentan como los respetables políticos e iluminados mesías, los mismo que intentan esclavizar hasta la muerte y subyugarnos frente los intereses de las multinacionales que saquean nuestro continente.



De igual manera, nos venden la idealización de una paz como un estado catártico, mientras las condiciones objetivas que la construyan están lejos de ser una realidad. De esta forma, abren la puerta a la esperanza pírica de: silenciar los fusiles posibilita la inversión social y el enriquecimiento del país, (¿Pero de qué país?) por la vía de vender lo poco que nos queda al capital extranjero, es decir, a menor resistencia mayor crecimiento, más seguridad y certidumbre financiera, siempre y cuando los sectores populares sean fácilmente controlables mientras suben el IVA con la Reforma Tributaria, le bajen los impuestos a los banqueros, las multinacionales y continúen explotando los hidrocarburos a punta del fracking. ¿Dé qué paz estamos hablando?
 

Hoy los colombianos, clamamos desde la regiones por un Estado Federal, como lo propone el Gobernador del Magdalena Carlos Caicedo, que materialice su descentralización y construya autonomía.



¿Y de estas realidades que ha dicho el arte? Nada. Los Mefistófeles, con una mano sostienen la camándula, la Holy Biblie y, con la otra, los contratos del Ministerio de Cultura, cuyo inefable interés consiste en solidificar una política que hace de los artistas colombianos los saltimbanquis contemporáneos del discurso del poder, mientras algunos curadores apelan al argumento “del placer estético” para legitimar sus eventos expositivos, sin abandonar, las razones comerciales y las correctas conveniencias con la que entregan premios, becas y reconocimientos.



Finalmente, los colombianos somos el pueblo más dúctil, maleable y el más desinformado del continente, es una vergüenza pero es la verdad, cuya única valentía consiste en sentarse frente al televisor para dejarnos alucinar con sus reality show y conformarnos con los melodramas que hacen “metástasis” en su conciencia, como la historia de “Diomedes Díaz y etc.”, con esa precaria estética patriarcal del vallenato, que hoy se convirtió en la hora sagrada, el prime time, de su nueva religión.




Fotografías: ©ArtistasZona. Serie: “Sentido pésame mundo”, 2014.


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